Por: MSC. Adelaida Béquer Céspedes
Investigadora
Auxiliar
Oficina de Asuntos
Históricos de la Presidencia de la República
El 1º
de septiembre de 1967 el Che llegó a casa de Honorato Rojas, el hombre que
vendió al comandante Vilo Acuña y su destacamento, ignoraba el guerrillero lo
que había sucedido el día 31 del mes anterior. No sería hasta el día 2 que se
enteraría de esta infausta noticia difundida por la radioemisora “Voz de las Américas”. El 17 de abril se
había separado del grupo principal la retaguardia dirigida por Vilo (Joaquín en
la guerrilla). Durante más de cuatro meses intentaron encontrarse sin lograrlo.
El contingente de Vilo cayó en una emboscada preparada por el ejército
boliviano en el Río Grande, en el lugar conocido como Vado de Puerto Mauricio,
el último día de agosto. Cuando todos se internaron en el río se inició el
tiroteo que concluyó en la carnicería de la tropa guerrillera, también murió
Tamara Bunke Bider (Tania) que se había incorporado al grupo.
El
Che decidió seguir en una agotadora marcha hacia Valle Grande en un intento de
salir del cerco tendido por el enemigo, van arrastrándose como un adolorido
ejército de sombras. La noticia de la muerte de sus compañeros de tantos
combates lo sumió en la tristeza y desolación más profunda. Solo quedaban con
vida para esa fecha en la guerrilla veintidós compañeros. El Che sufría un
terrible agotamiento físico agravado por los ataques de asma. Cuando
sobrevienen sus compañeros tratarán de aliviarlos dándole masajes en el pecho
la espalda, otras veces pedía que lo subieran a un árbol para poder relajar sus
pulmones agotados. Aun con todos estos sufrimientos físicos y espirituales se
mantuvo firme hasta el final.
El
21 de septiembre alcanzaron el poblado de Alto Seco, a una altura de 1900 metros.
El corregidor del poblado corrió a avisarles a los soldados. Estaban tan
agotados que durmieron en el campo sin importarles que los vecinos los vieran.
Los pies cubiertos con sencillas abarcas,
estaban lacerados por las espinas, sus cuerpos corrieron la misma suerte. ¡Es
un verdadero vía crucis! Solo el respeto que aquellos hombres le profesaban
logrará que continúen caminando. En la madrugada del 7 al 8 de octubre fueron
vistos por el campesino Pedro Peña, quien corrió a informarle a Aníbal Quiroga,
corregidos de La Higuera. Este pasó información al subteniente Carlos Pérez que
a su vez avisó al capitán Gary Prado, que estaba apostado a tres kilómetros en
Abra del Picacho, este se trasladó rápidamente con cuarenta rangers y organizó
un dispositivo militar para avanzar a la vez por ambas quebradas que confluyen
en el valle y desembocan en el Río Grande. El Che comprendió que se hallaban
frente al último combate, sin ninguna posibilidad de salir con vida de allí. La
suerte estaba echada, y estaba dispuesto a pelear hasta el final.
Distribuyó a sus hombres en
composición de dos y mandó tres patrullas de exploración para ubicar el lugar
más apropiado para escapar de aquella trampa en que se había convertido la
Quebrada del Churo o Yuro. Pensaba que podían esperar la noche para alcanzar su
objetivo. Las patrullas detectaron que toda la zona estaba llena de soldados.
El Che dio la orden de no ser los primeros en disparar para que no fueran
detectadas sus posiciones. Pero el desigual combate comenzó en horas del
mediodía. El comandante Guevara resultó herido en la parte inferior de la
pierna derecha, un balazo le partió el cañón del fusil y otra le atravesó la
gorra. Acompañado de Simón Cuba (Willy),
avanzó por una pared rocosa, arriba dos soldados los esperaban apuntándoles con
sus armas ¡Los momentos finales de los héroes siempre son trágicos, parece que
el mundo se detiene expectante! ¡Cuánto dolor sentiría al constatar que su
sueño bolivariano de liberar a América Latina de buitres peores que los conquistadores
españoles estaba a punto de concluir. ¡Cuántos pensamientos pasarían por su
cabeza en tanto esperaba una muerte cierta de las que tantas veces se burló!
Gary Prado trasmitió rápidamente un mensaje a
Pucará para que fuera enviado al comandante en Vallegrande de la captura del
Che herido levemente y de Willy. Fueron trasladados al pueblecito de La
Higuera, situado a unos dos kilómetros de allí. El Che iba cojeando, apoyado
sus brazos sobre los hombros de dos soldados, los encerraron en las aulas de la
pobre escuelita de adobe, junto con los cadáveres de dos guerrilleros cubanos
Orlando Pantoja Tamayo (Olo) y René Martínez Tamayo (Arturo), sus fieles
compañeros de la Columna 4 en la Sierra Maestra y la Invasora 8 en Las Villas.
¡Qué inmenso dolor sería para él compartir esa lúgubre noche con sus hermanos
caídos!
El
lunes 9 de octubre los militares en Vallegrande estarán a la espera de la
decisión que se tomará en La Paz para decidir la suerte del Che. El jefe de la
octava división el coronel Zenteno, arribó en horas de la mañana en compañía
del contrarrevolucionario cubano, agente de la CIA Félix Rodríguez (Ramos) que
intentó interrogarlo. Guevara le replicó tajante: “Yo no habló con traidores” y
le escupió el rostro. Fue una respuesta viril, ni aún en las condiciones en que
se encontraba dejó de ser quien era.
A
las once de la mañana se recibió la nefasta orden: “nada de prisioneros”,
Guevara y Simón Cuba debían ser ejecutados. Félix Rodríguez intentó vanamente que se lo
entregaran vivo para trasladarlo a Panamá para ser interrogado allí por los
servicios de inteligencia de la CIA. Pero el gobierno boliviano fue inflexible.
El Che era demasiado peligroso hasta prisionero. Para dar cumplimiento a la
macabra misión se solicitaron voluntarios, dos individuos el sargento
Bernardino Huanca ejecutará a Willy y el suboficial de primera clase Mario
Terán Ortuño a Guevara. Los últimos minutos de la vida del Che, según el
testimonio de su asesino, transcurrieron así: “No me atrevía a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande,
enorme, sus ojos brillaban intensamente. Yo sentía que se me echaba encima y
cuando me vio fijamente me dio mareo. El Che me dijo: “Póngase sereno. Apunte
bien. Va usted a matar un hombre,” continúa relatando Terán: “Di un paso atrás,
hacia el umbral de la puerta. Cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El
Che con las piernas destrozadas, cayó al suelo. Se contorsionó, comenzó a regar
muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga que le hirió
en el brazo, en el hombro y en el corazón”.
Sobre
las tres de la tarde el Che cayó abatido por la ráfaga de un fusil
ametralladora M-2, nueve impactos de bala recibió su cuerpo, ninguno en el
rostro. Luego divulgarían que cayó en combate, no asesinado vilmente mientras
era prisionero de guerra, violando así lo establecido por el Derecho
Internacional Humanitario.
Se podía parafrasear lo dicho por Fidel cuando conoció el asesinato de Frank
País ¡Qué monstruos!
Hacia
las cuatro de la tarde su cadáver fue atado al patín de un helicóptero que lo
trasladó a Vallegrande, antes el cura de Pucará Roger Schaller, lo bendijo y
cerró sus ojos. Le trasladaron al hospital Señor de Malta o San Juan de Dios.
Sus ojos estaban abiertos nuevamente como si quisiera abarcar en su hora final
toda la miseria y pobreza que le rodeaba. Su rostro sereno mostraba una semi sonrisa,
como si se burlara de la cobardía de sus asesinos.
Lo
depositaron en el lavadero de cemento del hospital. Manos caritativas de dos
religiosas alemanas lavaron su cuerpo ensangrentado y le desenredaron la
hirsuta cabellera. Un médico le inyectó formol en la arteria aorta para
retrasar la descomposición del cadáver. Solo entonces se les permitió el acceso
a periodistas y camarógrafos. Después dejaron desfilar a los pobladores que
sobrecogidos y en silencio no osaron tocarlo. Allí comenzó la transformación
del Che guerrillero a San Ernesto de La Higuera. Aquella sencilla gente del
pueblo lo vio como un nuevo redentor, como un Cristo, el hombre que dio su vida
por la libertad de los pobres de la Tierra. ¡Tan impresionante era su
apariencia!
Después
su cadáver y el de sus compañeros fueron desaparecidos, no sin antes mutilar
las manos del Che, a fin de que se pudieran cotejar las huellas digitales. La
Revolución, es decir, el Comandante en Jefe Fidel Castro, no cejó en el empeño
de encontrar sus restos y honrarlo como todos los cubanos deseaban. Por fin en
1995 el general Mario Vargas Salinas, reveló el lugar aproximado de la
inhumación secreta de los guerrilleros cerca de la pista del aeropuerto de
Vallegrande.
El
12 de julio de 1997 fueron trasladados a Cuba los restos del Che y sus
compañeros, que Fidel consideró como el retorno de un “destacamento de
refuerzo”. El 17 de octubre del mismo año fueron trasladados al mausoleo
erigido en la ciudad de Santa Clara, en cuyas calles libró su última batalla en
Cuba, donde el pueblo le rinde tributo de homenaje que tan insigne hombre
merece, cumpliendo con lo que pidió en su poema “Canto a Fidel”: “cubrir sus huesos con un sudario de cubanas
lágrimas”.
En
Cuba el Che alcanzó la cumbre de su pensamiento político y de su práctica
revolucionaria, completo su visión del mundo y desarrolló sus habilidades
políticas y militares. Ascendió al escalón más alto de la especie humana, como
él mismo definió. Alcanzar la condición de revolucionario.
El
Che no solo venció a sus enemigos,
venció a la muerte. Cayó para inmortalizarse, convirtiéndose en un símbolo para
las heroicas juventudes que en todos los lugares del mundo combaten contra la
injusticia y por la libertad. Su ejemplo nos inspira para seguir adelante sin
claudicar en nuestros principios. El Che vive y vivirá eternamente, como
escribió Jean Paul Sartre: “Che Guevara forma parte de los grandes mitos de
este siglo; su vida es la historia del hombre más perfecto de nuestra época”.
¡¡HASTA
LA VICTORIA SIEMPRE, COMANDANTE GUEVARA!!
Bibliografía
consultada:
1.
Documentos del Fondo Ernesto
Guevara. Archivo Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la
República
2.
Diario del Che en Bolivia.
Editorial Siglo XXI. Argentina, 1967
3.
Pombo, un hombre de la
guerrilla del Che. Editora Política, La Habana 1996
4.
Wikipedia. Derecho Internacional
Humanitario y las Convenciones de Ginebra