Hoy 27 de mayo es el centenario del mártir del Moncada Julio Trigo López. Su hermano Pedro Trigo, también moncadista, tiene ya 97 y ha tenido la delicadeza de compartir sus recuerdos con nosotros. Nuestra hermosa historia, que sigue convocando.
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Este 27 de mayo mi querido hermano Julio Trigo cumpliría cien años. Yo, hoy desde mis casi noventa y siete, casi setenta y tres años después de su martirio y mi mermada salud lo tengo más presente y a mi lado que nunca. Mi mente, todavía fresca se recrea en el pasado, en atrapar y volver a revivir aquellos años compartidos, en volver a sentir el aliento de su compañía y de su ejemplo.
Recuerdo muy bien nuestra compartida infancia, nuestros años en Galicia, separados de nuestro padre, obligados por la frágil salud de Panchita, nuestra mamá. Son muchos recuerdos de juegos y vivencias, de duros tiempos de carencias y dificultades, de sacrificio total de nuestra madre para alimentarnos, ya que desgraciadamente nuestro padre poca ayuda podía enviarnos, cosiendo y laborando para los vecinos. Nosotros, niños a la postre, ayudábamos encargándonos de nuestra vaca Marela sin dejar de ejercer de zagales. Me acuerdo muy bien y aún siento el sabor de aquellas castañas con leche que se convertiría en nuestra ingesta casi exclusiva. En Miñotos tuvimos nuestra primera escuela y nuestros primeros amigos.
También tengo muy presente nuestro regreso a la patria en 1937, el reencuentro añorado pero breve con nuestro querido padre, nuestra pronta orfandad por su desgraciada pérdida, las horas interminables de sacrificio de Panchita para tirar adelante a su familia. Ya teníamos trece y diez años, y la vida nos exigía contribuir en este esfuerzo. Mi madre buscó los resortes para que Julio pudiese proseguir con los estudios y así alejarlo un poco de su querido rio Almendares donde pasaba horas interminables exponiéndose a toda clase de riesgos por su carácter aventurero; y yo en cuanto pude me puse a trabajar, decía mi madre que para no acabar en la calle como un mataperros, así acabé sembrando yuca, boniatos, caña y ordeñando, de nuevo, vacas.
La vida y la realidad nos forjaban y hacía visible las especiales condiciones personales que Julio tenía. Nuestro padre había sido un ejemplo de sacrificio por los demás y nosotros inevitablemente íbamos conducidos a seguir su camino. Julio casi acabó el bachillerato y a la vez trabajaba en los telares, pero sus problemas de salud no se lo ponían fácil. Acabaría ingresado en el Sanatorio Antituberculoso “La Esperanza”, con el que tanto vínculo tuvo, y que en homenaje a él precisamente cambiaría su nombre por el de Hospital General Docente “Julio Trigo”. A pesar de su condición de enfermo se convirtió en un activista y no ahorró esfuerzos para conseguir mejorar las condiciones de vida para sus compañeros, sobre todo con la consecución de medicación y recursos. Para mí y ya para muchos era un ejemplo de compromiso y de entrega.
Yo emulándolo participaba activamente en la vida sindical en Calabazar, donde trabajaba. Compartimos actividad política en las Juventudes Ortodoxas de Chibás y posteriormente en las células insurreccionales que organizaría Fidel y Abel Santamaría que serían el preludio del movimiento 26 de Julio. Nuestras vidas estaban entrelazadas por completo y caminábamos de la mano. Participamos ambos en el asalto al Moncada donde su vida (y la mía y la de mi pobre madre) quedarían truncadas para siempre, por su salvaje asesinato, así como el de numerosos compañeros más. Este hecho marcó de manera determinante mi vida y todo mi esfuerzo ha sido por proseguir su camino y que Julio se sintiese orgulloso de ello. Así hasta hoy, que ya lejos de la acción política directa y del compromiso profesional con mi país, rememoro aquellos momentos tan importantes para mí y también para nuestra querida patria.
A la juventud de hoy día, que viven nuevos tiempos, aparentemente con nuevos retos, me gustaría decirles que no es fácil, está claro, tirar adelante en una realidad totalmente condicionada por la presión imperialista continua y las consecuencias que el genocida bloqueo nos genera. Mucho peores eran las condiciones sociales y de vida que se daban en nuestra Cuba de finales de los cincuenta, con las sucesivas dictaduras y el ejercicio criminal de Batista. A pesar de ello, nuestros jóvenes, la mejor generación que ha brindado nuestro país supieron entender la necesidad de un compromiso colectivo, primero para acabar con aquella dictadura y después para construir una sociedad mejor y más igualitaria. Muchos, como mi propio hermano Julio dejaron sus vidas en este propósito, pero sentaron las bases para la materialización del proceso revolucionario que se dio con posterioridad al Moncada. No ha sido fácil, no es fácil. Son muchos los aspectos a mejorar de nuestra realidad, pero, de nuevo, esto solo será posible desde la respuesta y el compromiso colectivos y no desde la opción del egoísmo personal. Los jóvenes han de ser conscientes que esa obra en construcción permanente les invita a su activa participación para construir esa historia colectiva y ese futuro de plenitud que todos anhelamos. La mayoría lo son y están forjando ese país ejemplo para todos en el mundo de lo que supone la consecución de niveles sociales inimaginables décadas atrás o en la actualidad en otros muchos países. Hay que aspirar a mejorar pero también a valorar los logros que no son pocos. Nuestra educación, sanidad, investigación, etc. son claros ejemplos.
Es fundamental mirar hacia adelante pero también es crucial tener presente nuestra historia, a nuestros mártires y luchadores que de manera desinteresa entregaron sus energías y muchos sus vidas. El centenario del natalicio de mi hermano Julio Trigo es una buena oportunidad.
Pedro Trigo López
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